viernes, 27 de junio de 2014

Podría decirle a un taxista curioso que soy repostera

Podría decirle a un taxista curioso que soy repostera. Aprendí en la escuela de Osvaldo Gross, diría si mi interlocutor tuviera curiosidad culinaria, mi sueño es viajar a Brighton para modelar flores de chocolate en una pastelería de locos que se llama Choccofantassy y parece salida de una película de Tim Burton. Eso sería delirar un poco, sí, pero pienso que si entrenara, si modelara cuarenta o cincuenta flores por día haciendo uso de las características menos apreciadas de mi signo de virgo –observación, método, detallismo-, fácilmente deformables en extremos de obsesividad, llegaría a fabricar flores perfectas. Cobraría un sueldo modesto, es verdad, le diría al taxista cuando me preguntara acerca de mis posibilidades de crecimiento económico dedicada a la producción mecánica de flores de chocolate, pero estaría rodeada de un equipo de diseñadores sensibles que, con suerte, me contagiarían un poco de su creatividad y de su estilo especial para elegir la ropa, el color de pelo y algunos accesorios. Soy de la idea de que los ambientes creativos hacen onda expansiva, penetran.

¿Mi novio, Óscar? (a esta altura de la charla y del viaje ya habría reparado en el nombre del conductor: Óscar con acento en la O). Bueno, a él lo conocería en algún curso acelerado de inglés para hablar. Sería extranjero, como yo, en lo posible de algún país menos melancólico que Argentina, menos drogón. Me cansé de los argentinos, Óscar, son demasiado tristes. Somos. La nostalgia nos va a matar. Tanto tango, tanto rock barrial, hasta la zamba me hace llorar. Tenemos recuerdos tristes en todas las canciones. En la clase de inglés, Óscar, yo me volvería repentinamente simpática y desenvuelta, mucho más que en los cursos tributarios del Consejo Profesional de Ciencias Económicas (vengo de ahí, ahora). Seríamos como un grupo de autoayuda, una ronda de desconocidos multirraciales tratando de aprender a decir lo mismo, conociendo un lenguaje. Todo eso me aflojaría la timidez, el primer día, en la primera conjugación verbal. Y así de fácil conocería a mi novio, Óscar, sin histeria, sin fobia, con naturalidad. Él no me mandaría mensajes de texto de madrugada con un “Hola” triste, falto de amor. Esa sería una historia terminada. Los sábados a la noche haríamos planes, tal vez desde la tardecita, lo normal, Óscar, lo que hacen los novios. Estabilidad emocional. Los domingos desayunaríamos en un café, yo tomaría chocolate caliente en invierno y licuado de durazno con jugo de naranja en verano, después iríamos a la playa. Fijate en google, Óscar, lo linda que es la playa de Brighton. Hay muchas gaviotas, coreografías de gaviotas. Y (esto es muy importante, Óscar) ¡yo no les tendría fobia a las aves! Podría caminar entre las palomas gordas de Trafalgar Square el día que decidiéramos visitar Londres, podría ver fotos de gallinas en Facebook sin temblar, ni hablar si en Brighton existen granjas con gallinas de verdad y me topara con alguna, no sentiría nada Óscar, no gritaría, no me paralizaría.

Sí, claro que extrañaría Óscar. ¿Cómo no? Recurriría al skype y al google talk y a toda tecnología de conversación gratuita vía cámara web. Desde mi teléfono puedo hacer todo eso en cualquier lugar del mundo donde haya wifi. Sería por un tiempo, además. Mi sueño no es irme definitivamente a Brighton, lo mío sería por un tiempo, el suficiente como para disfrutarlo mucho, hartarme de disfrutar Óscar, de aprender a fabricar flores de chocolate, tal vez pasar a diseñar tortas de casamiento, o de Halloween, convertirme en mano derecha del chef principal, quién te dice. La vida tiende a ser imprevisible en general, me canso de escuchar eso, lo de la imprevisibilidad. Imaginate Óscar vivir en una ciudad a un trencito de distancia con Londres, que está a otro tren de distancia de París, o Brusellas, o Berlín. Mi novio y yo seríamos fan de hacer viajes en tren. Algunas veces tomaríamos el ABE para llegar muy rápido y aprovechar bien el día, pero otras Óscar, preferiríamos un tren regular, de cercanías, con el único propósito de pasear en tren. Eso lo haríamos en días de clima fresco, abrigados con bufandas de lana buena (quiero decir de oveja, no sintética), camperas gruesas con capuchas con bordes de piel y botitas. Viajaríamos abrazados, yo un poco recostada en el cuerpo de él. Nada de besos, ojo, no estamos en edad de exhibiciones de amor. Miraríamos hacia afuera por el paño semifijo que hace de ventana, oliendo a café de maquinita y a olores que no sé, no sabría describirlos Óscar porque todavía no los olí.

Después de un tiempo sí, nos mudaríamos juntos, en lo posible a un departamento que eligiéramos los dos, tal vez cerca del puerto. ¿No te dije Óscar? Mi novio sería un alegre comerciante de frutos de mar. Probablemente desarrollaría algunas transacciones por fuera de la ley, es verdad, pero nunca se lamentaría por no haberlo intentado. Tendría olor a mar, a pescado, inevitable, Óscar, pero unos brazos y una espalda… Un cuerpo atlético propio de los hombres que usan la fuerza física para trabajar. Porque mi novio haría el trabajo bruto también, carga y descarga, esas cosas de puerto. Ya sé en qué estás pensando Óscar. Te veo la cara por el espejo retrovisor. Que para inventar mejor me invento un novio economista, o dueño de un restorán, o de una cadena de comida liviana, de esas que venden ensaladas y sandwiches en pan integral. No Óscar, sé que me gustaría el extranjero del puerto.

A mí me costaría la convivencia, me costaría un montón. Nunca viví con un hombre Oscar, imaginate qué difícil, pero le pondría empeño. Cada tanto haríamos reuniones de amigos. Yo invitaría a mis compañeros de la pastelería. El chef principal iría con su novio y su perro, un golden precioso. Mis compañeras de modelado irían solas, tal vez una de ellas intentaría coquetear con uno de los amigos de mi novio. Hablaríamos de eso al día siguiente, estirando chocolate sobre la mesada de mármol. Eso sí, no le daría falsas expectativas, sería justa en mis apreciaciones. Para la cena, yo cocinaría alguna argentinidad típica, el lugar común Óscar, a la distancia el lugar común está completamente justificado. Empanadas de carne con el relleno que me enseñó mi abuela cuando tenía doce años. Se me empañaría la vista cuando cocinara, cuando comenzara a sentir los olores a masa y a carne y a aceitunas y a pasas de uva. Y de postre Alfajor. Alfajor Óscar, no Rogel, Rogel es un nombre gourmet. Mi mamá y mi tía hacen el mejor Alfajor del mundo, lo aprendieron de una tía salteña. La dueña de Choccofantassy se volvería loca de amor, imaginate; le reservaría el centro humedecido con almíbar del merengue en contacto con el dulce de leche.

¿Hijos? No sé Óscar, no me atrevo a imaginarlo, me da dolor. Mi psicólogo me dice que tengo que fantasear más, visualizar el deseo, ponerlo en una imagen alcanzable. Palabras Óscar, puras palabras. Mi novio portuario y yo no hablaríamos de tener hijos, no hablaríamos mucho en realidad, seríamos más bien activos. Tendríamos sexo amoroso, pero no quiero entrar en esos temas Óscar, no nos conocemos vos y yo, no da que te cuente esas intimidades. Bueno, de los hijos no te sabría contar, yo me haría amiga de todos los niños que formaran parte de mi entorno, hijos de amigos, todo eso. Tal vez invitaría a mi sobrina a pasar unas vacaciones en Brighton, en julio, unas vacaciones de invierno con mar. Yo me pediría esos días en la pastelería para poder estar con ella. Lo pasaríamos bomba Óscar, imaginate eso, haríamos playa desde la mañana. Los días feos tomaríamos un tren a Londres y yo le cantaría la canción esa que dice “Un tren a Londres”, se la enseñaría y cantaríamos juntas todo el camino hasta Victoria Station. Después haríamos un poco de turismo en los parques; ella se pondría loca con las ardillas, le sacaría mil fotos. Recorreríamos la ciudad en el Tube; ella estudiaría el planito, memorizaría las estaciones, haría un mapa muy preciso en su mente súper atenta de nena de diez años. Con mi novio no se llevaría tan bien, le costaría un poco compartirme con él. Lo obvio Óscar, yo la entendería y desearía extender sus vacaciones para pasar más días con ella, pero el día catorce tendría que despedirme. El viaje de vuelta a Brighton sería insoportablemente triste. Lloraría mucho Óscar, a lágrima viva, como dice Oliverio Girondo en ese poema tan hermoso, Óscar, ¿lo conocés? ¿conocés a Oliverio Girondo?

No me mires así Óscar. Las fantasías no tienen que ser perfectas. No me puedo imaginar sin llorar. Acá me bajo Óscar. ¿Me das una tarjetita?