jueves, 20 de agosto de 2015

Anorexia

Una paloma gruesa y gris picotea
una horma de pan duro que alguien tiró
en la punta de una reja construida
para disciplinar el aluvión peatonal.

La horma es dos veces más grande
que la paloma. Dos veces o tal vez tres.
Es posible que una fórmula que contenga
integrales dobles,
una S tironeada
de cada punta del trazo
con números chiquitos
como índices
pueda calcular
el volúmen de la horma de pan
el volúmen de la paloma
la relación entre ambos volúmenes.

No sé. Ya no me acuerdo para qué sirven
las integrales dobles.
Apenas me acuerdo de la impresión estética
de las fórmulas tiradas como pájaros
en procesión
en las hojas cuadriculadas de un cuaderno
de tapa blanda.

La matemática siempre me pareció hermosa.

El muñequito blanco que camina en el semáforo
activa el cruce peatonal.
La paloma insiste, avanza milímetros
descarnados
indiferentes
mecánica de la especie
que abre camino y entra en el botín glorioso
hecho de agua, harina, levadura y sal.

Mi cuerpo late.

A veces siento que tengo todo el hambre
del mundo.
A veces siento que podría entrar en una
gran esfera de pan
que triplique mi tamaño y lanzarme a la

dramática tarea de devorarla.